segunda-feira, 27 de março de 2023

ESPIRITISMO, LAICIDAD, LIBREPENSAMIENTO Y RELACIONES CON LOS TIEMPOS ACTUALES

Milton Medran Moreira

La Religión y el laicismo

El 23 de septiembre de 2012, cuando aún ocupaba el trono de la Santa Sede el recientemente fallecido Papa Benedicto XVI, publiqué el artículo “El Papa y la laicidad” en el diario más importante de Porto Alegre (Brasil), Zero Hora.

Comencé el texto reconociendo: “El Papa Benedicto XVI hizo muy bien, en su reciente visita a Oriente Medio, pidiendo que allí se respete la libertad religiosa y defendiendo un laicismo que calificó de saludable”.

Como todos sabemos, el cardenal alemán Joseph Ratzinger, entonces en el papado, siempre mostró posiciones muy conservadoras, a diferencia de su sucesor, el Papa Francisco, que todavía hoy está en el cargo y a quien con razón se le atribuyen posiciones muy progresistas y, en gran medida, coincidentes con los anhelos modernos de pluralismo religioso y laicismo.

Unos dos años antes, en una visita a España, con motivo de un acto sobre las tradiciones religiosas de Santiago de Compostela, Benedicto XVI hizo una historia de la tradición cultural española donde se incrementaron los conceptos contemporáneos de laicismo. Lamentó que el laicismo entonces defendido se posicionara como anticlerical y contrario al ejercicio de los poderes tradicionalmente reconocidos como ejercitables por la Iglesia. En aquella visita a España de 2010, Ratizinger sostenía que “para el futuro es necesario que no haya un enfrentamiento, sino un encuentro entre fe y laicismo”.

En el artículo “El Papa y el laicismo” expresé optimismo y hasta cierta admiración cuando encontré que la Iglesia, que en la época del surgimiento del espiritismo había luchado tanto contra ideas como el pluralismo religioso, la libertad de pensamiento y en particular, la remoción del poder eclesiástico para influir en los poderes seculares ahora, por parte de su máximo representante, admite todas estas ideas de posmodernidad, incluso hablando de laicismo. Esto, para él, sería “saludable” en la medida en que no negara a Dios y la espiritualidad.

Así que escribí en ese artículo:

“El auténtico laicismo es siempre saludable porque, sin luchar contra las creencias individuales, admite la existencia de una gama infinita de formas de interpretar lo divino y lo humano, la conciencia y el universo buscando, en el conjunto de todo, el sentido de la vida”.

Es que:

  “Paradójicamente, esas mismas personas que ayer se rebelaron contra la victoria del laicismo sobre la dictadura de la fe, ahora reconocen que solo en una sociedad genuinamente laica hay lugar para que florezcan y crezcan los verdaderos valores del espíritu. ¡Señales de los tiempos! Buenas señales. Totalmente de acuerdo con la frase de Jesús de Nazaret, según la cual “el espíritu sopla donde quiere”. Es evidente que cada vez más la espiritualidad se convierte en sinónimo de humanismo. Emigra del reino inescrutable del misterio y el dogma al terreno abierto y democrático de las experiencias humanas, contra el cual se posicionan casi siempre las castas sacerdotales. Es la fuerza del espíritu libre, la chispa divina presente en el hombre. A ella todo, se conformará un día. Incluidas las religiones, cuando entienden que lo verdaderamente sagrado es lo natural.”

De la teocracia al laicismo: un largo camino.

Hice la introducción anterior para resaltar que la laicidad, a diferencia de lo ocurrido prácticamente a lo largo de la historia del cristianismo, es hoy un valor reconocido como fundamental para el progreso y desarrollo de cualquier sociedad, bajo aspectos culturales y como estructurador de valores afines al humanismo.

Cuando vemos a un Papa reconocidamente conservador, como Benedicto XVI, hablar de pluralismo religioso, de libertad de pensamiento y sobre todo, de laicismo, es imposible no evocar cuánto, a lo largo de su historia, el cristianismo ha combatido estas ideas. Habiéndose convertido, con eventos como las Cruzadas y el largo período de la Inquisición, en una de las teocracias más violentas que jamás haya existido en la historia de la humanidad.

Pues fue en el siglo XIX, época en que surge el espiritismo en Francia, extendiéndose desde allí a varios otros países europeos, que este concepto de laicidad tomó fuerza y ​​consolidación en el occidente cristiano, aunque sus bases teóricas habían surgido antes.

De hecho, la visión teológica del mundo cristiano sufrió una profunda modificación con el advenimiento de la Modernidad. Durante todo el período que convencionalmente se llama Edad Media, una poderosa teocracia dominó todo Occidente y parte de Oriente, donde el cristianismo también hizo prosélitos. En ese contexto, Jesús de Nazaret, poco a poco, dejó de ser visto como el extraordinario codificador de una doctrina moral liberadora para ser visto como Dios mismo, miembro de la Santísima Trinidad; cuyo sacrificio terrenal tendría como efecto la salvación del hombre cristiano (y sólo a este), liberándolo del pecado original que según Agustín (354/430), había dado lugar a la “Civitas Terrena”, en contraposición a la “Civitas Dei”. Incluso en las concepciones más racionales de Tomás de Aquino (1225/1274) y su escolástica, que reconocía el valor del Estado, el Derecho Divino, del cual eran guardianes la Iglesia y el Sumo Pontífice, quedaban por encima de cualquier poder estatal.

Este fue el escenario que dominó el mundo cristiano a lo largo de la Antigüedad y la Edad Media. Sin embargo, entre los siglos XV y XVI se produjo una verdadera revolución de ideas que se conocería como el Renacimiento.

Nada más apropiado para caracterizar esta revolución que la frase de Leonardo da Vinci:

 “El hombre es el modelo del mundo”.

Factores como la concepción copernicana que reemplazó la visión ptolemaica de que la Tierra era el centro del Universo; el descubrimiento de nuevos continentes; la invención de la imprenta y la Reforma Protestante, dividiendo el cristianismo en dos bloques, generó una nueva actitud del hombre hacia sí mismo y hacia la gran institución que hasta entonces era todopoderosa, que era la Iglesia.

Es el humanismo valorizando al hombre y elevándolo a la condición de centro del universo conocido, reviviendo así la cultura helenística que el cristianismo había enterrado.

El proceso de modernidad que luego estalla, como bien lo definen los pensadores católicos Francisco Catão y Magno Vilela (“Monopolio de lo Sagrado” - Editora Best Seller)

“se caracteriza por la interrupción y fragmentación tanto de la vida humana como de la sociedad. En este contexto, es casi obligatorio considerar la religión como una estructura sobrenatural impuesta a los humanos. Además de ser humillados por la autoridad divina, los seres humanos son colocados en el papel de siervos inútiles, como condición de la salvación. Por eso, en la raíz de la modernidad, la afirmación de la autonomía humana se hará ante todo contra la religión”.

Evidentemente esto crearía un conflicto entre el Estado y la Iglesia, acostumbrada desde Constantino y Teodosio en el siglo IV, a ocupar el papel de fuerza reguladora y moralizadora del Estado y de los pueblos. La ética que prevalecía hasta entonces era la ética religiosa. Ahora, un nuevo paradigma apuntaba hacia la ética racional, con o sin Dios.

En el siglo de la aparición del espiritismo en Europa fue cuando, efectivamente, el Estado se desligó de la Iglesia. Sin embargo, esto no sucedió sin una vigorosa reacción de la Santa Sede. Prácticamente a lo largo del siglo XIX y hasta las primeras décadas del siglo XX, el proceso de secularización en Occidente acabó dando lugar a inmensos conflictos entre Estado e Iglesia, entre razón y religión.

De esa época son las más duras manifestaciones eclesiásticas contra la libertad que, evidentemente, nunca serían suscritas por la Iglesia de hoy. Probablemente la más significativa de ellas sea la encíclica “Mirari Vos”, promulgada por el Papa Gregorio XVI (1832), que trata de lo que llamó “errores modernos”, con una introducción que justifica su promulgación, porque, en palabras del Pontífice: 

“Violaron las leyes, alteraron la ley, quebrantaron el pacto eterno. Nos referimos, Venerables Hermanos, a las cosas que veis con vuestros propios ojos y que todos lloramos con las mismas lágrimas. Es el triunfo de la malicia desenfrenada, de la ciencia desvergonzada, de la disolución sin límites. Se desprecia la santidad de las cosas sagradas, y la majestad del culto divino, tan poderoso como necesario, y sin embargo censurado, profanado y escarnecido. A partir de entonces, la santa doctrina se corrompe y se difunden audazmente errores de todo tipo. Ni las leyes sagradas, ni los derechos, ni las instituciones, ni las santas enseñanzas están a salvo de los ataques y las malas lenguas”.

En ese documento, el obispo de Roma condena con vehemencia la llamada “libertad de conciencia”, que atribuye a la indiferencia religiosa, del que emana

“esa sentencia absurda y errónea o, mejor dicho, locura que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de conciencia. Este pestilente error, escudado por la inmoderada libertad de opinión, permite, con ruina de la sociedad religiosa y civil, extenderse cada día más y más por todas partes, con la imprudencia de algunos asegurando incluso que va seguido de un gran beneficio para la sociedad a causa de la religión”.

En esta misma línea de razonamiento, el documento papal condena lo que llama la “doctrina monstruosa” que predica la libertad de prensa, ya que permitiría “la difusión de libros y escritos nocivos para la humanidad”.

También rechaza la propuesta de separación entre Estado e Iglesia, justificando así la posición:

 “Las mayores desgracias vendrían sobre la religión y el Estado, si se cumplieran los deseos de quienes querían la separación de la Iglesia y el Estado, rompiendo la armonía entre el sacerdocio y el poder civil.”

Al momento de la promulgación de esta encíclica (1836), el espiritismo aún no había sido sistematizado por Allan Kardec, quien recién lo haría en 1857, con la publicación de El Libro de los Espíritus. Pero todos los antecedentes históricos mencionados, en particular a partir de la Revolución Francesa (1789), justificaron el movimiento eclesiástico de repudio a las nuevas ideas, perdiendo el protagonismo que la Iglesia y el clero habían mantenido durante tantos siglos.

Estos mismos temas, la libertad de expresión, de conciencia y de prensa, así como la separación de Iglesia y Estado, seguirían siendo duramente atacados por otros Sumos Pontífices, como León XIII, Pío IX y Pío X, en bulas y manifestaciones recurrentes. de los Jefes de la Iglesia en el siglo XIX.

Vale recordar otra célebre encíclica promulgada en 1864 por el Papa Pío XIX, con el título de “Quanta Cura”, que se acompañaba de un célebre documento, el Syllabus, donde la Iglesia enumera lo que entiende que son los grandes errores de la modernidad secular, citando como tales: el comunismo, el socialismo, el liberalismo cultural y religioso, el naturalismo, las sociedades secretas y otras ideas en gran ebullición en la época. No habla de espiritismo, pero, en la medida en que condena el “naturalismo”, o sea, la idea de la superioridad de la Ley Natural sobre la Ley Divina o Eclesiástica, toca exactamente el núcleo de la moral y de la ética espírita, presente a lo largo de la tercera parte de El Libro de los Espíritus.

Uno de los puntos más atacados del Syllabus es la regulación estatal del matrimonio, anteriormente administrado exclusivamente por la Iglesia que lo consideraba un sacramento, mientras que ante el Estado, no es más que un contrato civil entre los cónyuges. En la misma línea, condena el divorcio, ya que para la Iglesia el matrimonio es un vínculo indisoluble.

Laicismo y espiritismo

Afortunadamente, poco a poco, la idea, tan arraigada en el movimiento espírita brasileño, de identificar el espiritismo como una religión se va quedando atrás. La profundización del estudio de la vida y obra de Allan Kardec, sanamente introducida hace casi medio siglo en el propio movimiento, y hoy objeto de ricas ampliaciones por parte de investigadores e intelectuales espíritas, ha hecho clara la intención de su fundador conceptualizar el espiritismo como una ciencia con consecuencias filosófico-morales y no como una religión.

Como el espiritismo no es una religión, como dijo Kardec en su célebre Discurso de Apertura el 1° de noviembre en la Sociedad Parisina de Estudios Espíritas, y no pretendiendo “embellecerse” con un título que no tiene, se le puede tratar como un movimiento espiritualista, humanista y laico.

Ser laico no implica necesariamente ser antirreligioso. Se pueden respetar perfectamente todas las creencias, reconocer en ellas algunas aportaciones relevantes en el campo del proceso de desarrollo ético y moral de la humanidad, pero al mismo tiempo, negarles la posibilidad de injerencia basada exclusivamente en artículos de fe, en el campo de las relaciones estatales y en la formulación de leyes y políticas administrativas. Este laicismo, reconocido como “sano”, incluso por un Papa conservador como lo fue Benedicto XVI, separando Iglesia y Estado es hasta necesario para el buen desarrollo ético, plural y democrático de la sociedad.

Las obras fundacionales del espiritismo, aun poniéndolo a condición de promover la “alianza entre la ciencia y la religión”, no se ocupan de las “revelaciones divinas” como lo hacen todas las religiones a través de sus libros sagrados. La moral adoptada por el espiritismo es la contenida en la “ley natural”, que “indica lo que debemos hacer y lo que no debemos hacer”, y que está inscrita “en la conciencia” del espíritu inmortal (preguntas 614 y siguientes de El Libro de los Espíritus).

Eso no es religión, eso es filosofía. Una filosofía progresista que, partiendo de la condición trascendente y espiritual del ser humano, reconoce también en la razón y no en los dogmas religiosos el camino del progreso, en la búsqueda de la verdad, en un clima de libertad, igualdad y fraternidad.

La laicidad, desde cuya perspectiva el espiritismo contempla el ESPÍRITU – “principio inteligente del universo”, según la pregunta 23 de El Libro de los Espíritus – tiene como presupuesto ineludible la libertad de pensamiento. Esto, según Kardec, significa “libre examen, libertad de conciencia, fe razonada”. A diferencia del dogma religioso, “el libre pensamiento eleva la dignidad del hombre, convirtiéndolo en un ser activo e inteligente, en lugar de una máquina creyente”. (Revista Espírita, 1867).

Esta perspectiva asumida por el espiritismo lo coloca enteramente del lado del laicismo y no de la religión, en este choque que se produjo a lo largo del siglo XIX entre la Iglesia y el Estado Moderno.

Y precisamente por estar del lado del laicismo el naciente movimiento espírita, dirigido por Allan Kardec, sufre los embates de la Iglesia. Así lo registra Kardec en su artículo “Período de Lucha”, publicado en la Revista Espírita en diciembre de 1863, y que, según él, se inició con el Auto de Fe de Barcelona ​​el 9 de octubre de 1861, donde se dió

“…la consigna: furiosos sermones, mandamientos, anatemas, excomuniones, persecuciones individuales, libros, folletos, artículos periodísticos, nada se ahorró, ni siquiera calumnias. Estamos, por lo tanto, en medio de un período de lucha, pero no ha terminado”.

La palabra "laicismo" no aparece en la obra de Kardec, pero toda su obra, fundada en las revelaciones de la ciencia y en los dictados de las leyes naturales, rechaza el dogma religioso como fuente de conocimiento, sustituyéndolo por la razón, la experiencia humana, el intercambio entre la humanidad encarnada y la humanidad desencarnada, movida por la ley del progreso.

El laicismo y la laicidad serían banderas que aparecerían en las décadas siguientes y fueron muy utilizadas, por ejemplo, en el 1º Congreso Espírita Internacional de 1888, en Barcelona, ​​en cuyas conclusiones aparece esta recomendación a los espíritas de todo el mundo:

“El esfuerzo constante por difundir la laicidad en todos los ámbitos de la vida. – Libertad absoluta de pensamiento, educación integral para ambos sexos y cosmopolitismo como base de las relaciones sociales”.

En el Congreso Espírita de Barcelona, ​​así como en el Congreso Hispanoamericano de Espiritismo en Madrid (1892), pensadores como el español Vizconde de Torres-Solanot (1840/1902) y el francés Charles Fauvety (1813/1893) utilizaron ampliamente la expresión “religión secular” para definir el espiritismo.

La expresión “religión laica”, quizás por conllevar cierta ambigüedad, no se sostendría con el tiempo.

En mi opinión, el esfuerzo de los espíritas verdaderamente librepensadores de hoy debe estar encaminado a identificar el espiritismo con movimientos seculares, humanistas, capaces de inspirarse en la investigación científica y encaminados a crear políticas de bienestar social, de progreso y de fraternidad entre todos los pueblos y personas. La propuesta espírita difundida en su totalidad y, en particular, a partir de las preguntas y respuestas contenidas en la tercera parte de El Libro de los Espíritus, que trata de las "leyes divinas o naturales", está en consonancia con todos los anhelos en favor de una sociedad próspera y feliz. El movimiento espírita, en su conjunto, puede ser un auxiliar eficaz en este proceso. Como dijo Kardec:

“El espiritismo no crea la renovación social; La madurez de la humanidad hará necesaria esta renovación. Por su poder moralizador, sus tendencias progresistas, la amplitud de sus puntos de vista, la generalidad de los temas que aborda, el Espiritismo es más apto que cualquier otra doctrina para apoyar el movimiento de regeneración; por lo tanto, es un contemporáneo de este movimiento". 

Apoyar, como quería Kardec, significa sumarse a todos estos movimientos progresistas, contribuyendo con ellos desde su visión de Dios, del hombre y del mundo. Cabe señalar que la misma Iglesia Católica, hoy bajo la dirección del Papa Francisco, toma posiciones diametralmente opuestas a las expuestas en los documentos oficiales de la Iglesia del siglo XIX. En la medida en que acoge y deja de condenar la homosexualidad; invitando a sus cultos a las parejas que se divorciaron de sus anteriores cónyuges; enfocando la acción de la Iglesia sobre los empobrecidos; desarrollando políticas sociales en defensa de los socialmente excluidos; se podría decir que la Iglesia se seculariza y va al encuentro del pluralismo religioso y el laicismo que tanto condenaba en el siglo XIX.

Sin embargo, hay un creciente segmento cristiano que asume posturas conservadoras, en las costumbres, en la política, en la predicación de la fe ciega que separa lo “bueno” de lo “malo”. Y estos segmentos, especialmente en Brasil, ganan posiciones políticas importantes. Tuvieron, en el gobierno de los últimos cuatro años, enorme influencia y fueron responsables de la implantación de un clima de odio. Supuestamente escudados por la fe, obstaculizaron importantes avances en la propia ciencia, en el campo político/social y en asuntos como el sexo y la igualdad de género. Contaminaron el sector educativo con conceptos moralistas obsoletos y sembraron mucha intolerancia religiosa, especialmente en lo que se refiere a creencias y cultos de origen africano. En fin, trataron de implantar un régimen teocrático, donde la Biblia, y no la Constitución, debía tomarse como la Ley Mayor.

Tenemos que prestar atención a la historia. Todos los grandes avances civilizatorios de la Modernidad, la democracia, la igualdad de derechos civiles, la abolición de la esclavitud, la extinción de la pena de muerte en la mayoría de los países, y otros, fueron realizaciones de la sociedad laica y, casi siempre, en contra de los intereses defendidos por la religión. Durante siglos hemos sido acondicionados a creer y aceptar las injusticias sociales como pruebas divinas. El conocimiento que tomó el lugar de la creencia fue, y, en muchas circunstancias continúa siendo, una lucha cuesta arriba.

Está en la naturaleza de la religión el deseo de conservar bajo su dominio, revestidos de dogmas y misterios insondables, los temas relacionados con el alma humana, su naturaleza, su origen y su destino. Sin embargo, la espiritualidad es mucho más que religión y mucho más que una simple creencia. Es la búsqueda de una comprensión integral del ser humano, que va más allá de ritos y misterios, para ser compatible con la ciencia, la filosofía, el amor y todos los nobles sentimientos sembrados por la naturaleza en el alma humana.

Finalmente, el laicismo es importante e indispensable para el estado democrático de derecho. Una sociedad regida por dogmas de fe y no por la expresión de la voluntad de sus ciudadanos, no es compatible con la libertad de pensamiento; se vuelve esclava, subordinada, a individuos generalmente incapaces de ejercer el poder, pero que, en virtud de una pensamiento mágico e irracional, se erigieron como “representantes de deidades”.

Sólo el laicismo puede garantizar el primer mandamiento de una democracia: “Todo poder emana del pueblo y se ejercerá en su nombre”.

=/=/=/=/=/=/=/=/=/=/=

 

Referencias bibliográficas e información de medios

1)  Diario Zero Hora, número del 23 de septiembre de 2012.

2)  Encíclica “Mirari Vos”, promulgada por el Papa Gregorio XVI, en 1832.

3)  Encíclica “Quanta Cura”, promulgada por el Papa Pío XIX, en 1864.

4) “Monopolio de lo Sagrado”, Francisco Catão y Magno Vilella – Editora Best Seller.

5) “El Libro de los Espíritus”, de Allan Kardec.

6) “La Génesis”, 5ª edición – Allan Kardec.

7) “Revista Espírita”, febrero 1867 y diciembre 1868.

8) Anales del Primer Congreso Espírita Internacional en 

    Barcelona/1888 – www.autoresespiritasclassicos.com. 

Nenhum comentário:

Postar um comentário